En términos generales, el estudio de los movimientos sociales se ha centrado en el dilema de la explicación de la acción colectiva y su capacidad de incidencia en las instituciones y en los proyectos democráticos de la sociedad (Almeida, 2020). En el ámbito internacional se ha concebido a los movimientos sociales como teoría de la movilización de recursos, en tanto dinámica de la contienda política (Tarrow, 1997), como plataforma de acción política en todo el planeta (Tilly & Wood, 2009), como decisiónracional en donde los individuos se agrupan a partir de sus intereses en
mejorar sus vidas (Paramio, 2005) y como paradigma de las identidades de los nuevos movimientos sociales (Touraine, 2006). En América Latina el amplio debate sobre movimientos sociales ha destacado el papel del neoliberalismo y de la acumulación por despojo que ha intensificado el extractivismo y la conflictividad territorial (Rodríguez, Scarpacci, & Panez, 2019). Por ello es que se ha venido dando mayor importancia al tema de la territorialidad, las formas de organización asamblearia, las nuevas formas de hacer política y su carácter autonomista (Svampa, 2010). Esto ha conducido a caracterizar una nueva gramática de las luchas, como lucha por la dignidad, la vida y los territorios (Porto-Gonçalves, 2015). En este marco, los estudios urbanos críticos han puesto su acento en el análisis de las diversas formas y sujetos que disputan el espacio urbano en el marco de la estructuración de las sociedades neoliberales contemporáneas. Variadas corrientes han sustentado la idea de que la apropiación de los espacios urbanos es un tema fundamental, parte del amplio y profuso debate sobre el derecho a la ciudad (Carrión & Erazo, 2016; Harvey, 2013; Lefebvre, 1973) […]